PIRÁMIDE
DESENTERRAMOS LA NOTICIA

Microcosmos que, sin querer queriendo, son nuestros cosmos
Por Willy Budib
A quien se queja de los diputados habría que aclararle que los legisladores son, en gran medida, la microrepresentación de la sociedad mexicana. Los 41 diputados locales poblanos y los veinte federales que legislan para el Estado, se suman a las críticas punzantes de paisanos hartos y hostigados de ver encarnada en ellos la muy característica debilidad populachera coloquialmente conocida como “güeva”.
La fatiga es uno de los infinitos taches que a diario se le adjudican al rol del congresista. Que si son corruptos, mafiosos; que no asisten a las sesiones y que si llegan, no participan ni se interesan por proponer; que tienen salarios carísimos, espeluznantes. Es el legislador, sin duda, el empleo público más turbio y condenado.
Hace un par de semanas me llamó la atención la advertencia que nos hizo un profesor mientras impartía su clase. Palabras más, palaras menos, logró que nueve alumnos reflexionáramos sobre la inminente falta de respeto de cuando sacamos los celulares: “se quejan de los diputados, que se duermen en sus curules y no ponen atención en el Congreso (….) pues así están ustedes”, increpó. Su análisis alcanzó las profundidades más lejanas de mi razonamiento y concordé con su postura.
De la idea de vernos reflejados en ellos y quizás ellos en nosotros, intriga analizar lo que ha sucedido, la semana pasada, en los centros de verificación vehicular. Si oficializamos la cercanía entre lo que sucede dentro de las sesiones parlamentarias y el transcurrir de nuestra vida diaria, los verificentros, principalmente el cholulteca, ubicado a un costado del periférico ecológico, también forman parte de una analogía catastrófica.
En el establecimiento de revisión automovilística de San Pedro Cholula, todo es un caos. El cosmos miniatura que ahí cohabita es igual de crítico que el contexto en el que se desenvuelven los diputados en función. Igual de crítico que las formas con las que avanza el país. Sorprendentemente semejante a la cadena de ilegalidades y tropiezos que hila la putrefacción de un sistema político y social insalvable.
Del verificentro de Cholula se publicó una foto el jueves de la semana pasada donde se testifica una fila de coches mayor a los dos kilómetros de longitud. La hilera, que se prolongaba en un buen tramo de Camino Real a Momoxpan, es parecida a las filas de otros verificentros en la entidad, aunque ésta gana como extensión máxima.
No sólo es el conflicto organizacional de la entrada de automóviles, con y sin citas, sino una hilatura de situaciones que se asemejan a la sabana con su típica ley del más fuerte. La serie de carros que se prolongaba en demasía tiene que ver con la escasa flexibilidad del gobierno para prolongar la fecha límite de verificación. El tráfico lineal también engloba compadrazgos que surgen a partir de una política dictatorial local de la que se deriva el cambio irracional en la logística de los chequeos de carros que funcionaban en esplendor.
Entonces, como principal depredador, quedan los altos mandos en la administración pública de Puebla. Le siguen, mediante informes y denuncias, casos en concreto de agentes que cobran, en lo oscuro, una cuota para agilizar el proceso en lo centros. De ahí, incluso, le sigue el caso de una señora en el establecimiento de Cholula, hurtada por dos sujetos, disfrazados de cuidadores de autos, y a quienes les dio la llave de su unidad. El coche, por supuesto, nunca apareció.
Así, el ataque feroz a los legisladores es, de igual forma, un señalamiento al contexto total del que formamos parte los civiles. Son ellos pero también son otros y somos, asimismo, nosotros. Está quien manda desde la totalidad de la punta del iceberg pero también existe quien se aprovecha desde más abajo: como los que hacen negocio en el verificentro cholulteca para facilitar la entrada de ciudadanos que, a su vez, están dispuestos a pagar por esos tapujos, como los que roban automóviles haciéndose pasar por vigilantes, como quien, de vez en cuando, reprueba la cínica paja en el ojo ajeno. ¿Y en el nuestro propio?