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El 27 de enero organizaciones ambientalistas y en pro de la defensa de los derechos de los animales lograron un avance sustancial. A partir del 28 de enero 

 

quedó prohibido en todo el país el uso de ejemplares marinos mamíferos en 

 

espectáculos itinerantes. 

 

La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) publicó el 

 

decreto por el que se adiciona un párrafo al Artículo 60 Bis de la Ley General de 

 

Vida Silvestre. 

 

Cabe destacar un dato importante en este avance, esta nueva ley cubre 

 

exclusivamente a los mamíferos marinos de shows itinerantes, es decir, todos 

 

aquellos que están en delfinarios o acuarios quedan excluidos. 

 

Tras enterarme de esta “buena” noticia tomé la decisión de visitar uno de estos 

 

acuarios que se encuentra en la Riviera Nayarit, se llama “Aquaventuras”. La 

 

actividad que elegí realizar se llama Royal Swim o nado de la realeza en español. 

 

Esto con el fin de ver realmente cuál es la situación en estos lugares, y cómo viven 

 

y tratan a estos mamíferos marinos, extremadamente inteligentes, los delfines. 

 

Al llegar el olor a cloro es abrumante, y como en cualquier lugar turístico, desde el 

 

minuto uno hay una persona que recibe y hace sentir incómodo y abrumado al 

 

visitante.

 

Acto seguido, señalan a dónde tienes que dirigirte para el registro y entregan un 

 

boleto o brazalete. Mientras estas en la fila con ese intenso olor a cloro a lo lejos 

 

escuchas ese sonido tan peculiar que hacen los delfines. Siento ternura. Antes de 

 

que te “encarguen” con otra persona para que te lleven  a la siguiente área te hacen 

 

firmar una hojita en donde dice que ellos se liberan de toda responsabilidad en 

 

caso de que llegara a ocurrir un accidente. 

 

Te ponen un brazalete y un empleado te lleva al área de briefing. Es  donde te dan 

 

las indicaciones y medidas de seguridad que tienes que saber antes de realizar la 

 

actividad. 

 

A continuación, entregan un salvavidas y te llevan a la zona donde están los 

 

delfines. Comienza la tristeza. Lo primero que veo al entrar es a dos delfines 

 

siguiendo a uno de los entrenadores mientras camina alrededor de la alberca. Sí, 

 

estos animales destinados a tener la inmensidad del océano como su hogar están 

 

en una alberca de no más de 25 metros de largo y 20 de ancho. 

 

Dentro de la misma alberca hay una reja que divide a los delfines grandes, los que 

 

usan para el show, de los delfines bebés. Ellos tienen aún menos espacio y sólo 

 

están dando vueltas y vueltas. 

 

Ya dentro de la alberca el entrenador con su silbato especial llama a los delfines y 

 

comienzan a realizar una serie de trucos o actividades como saludar, echar agua 

 

con la cola, saltar, dar un beso. Si el delfín realiza la actividad de manera correcta, 

 

lo premian con alimento, si comete algún error, no. Importante mencionar que 

 

para ellos su alimento sólo puede ser obtenido si realizan lo que el entrenador les 

 

pide de manera correcta. Si eso no es abuso animal y daño, entonces yo no sé nada. 

 

Después, comienzan las actividades más complicadas, el foot push, es cuando dos 

 

delfines te levantan con su narices empujándote de los pies. Para finalizar, el 

 

entrenador da un tiempo libre con el delfín para acariciarlo y jugar con él. 

 

Cualquier ser humano puede notar que estos animales no están felices ni viven 

 

bien. Con tan sólo imaginar pasar tus días y noches en un cuarto siguiendo 

 

instrucciones para poder comer, se me pone la piel chinita. 

 

En México hay más de 300 delfines. De estos, más de la mitad se encuentran en los 

 

delfinarios de Quintana Roo.  Alejandro del Mazo, subprocurador de Recursos 

 

Ambientales de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente  (Profepa) dijo 

 

en 2013 que, al terminar su administración, se estarán inspeccionando todos los 

 

zoológicos y delfinarios del país con el fin de garantizar el debido cuidado de los 

 

animales. “El debido cuidado”, no la liberación o clausura de estos acuarios. 

 

No queda más que esperar a que alguien que tenga un poco más de sensibilidad 

 

tome la decisión no de inspeccionar, sino de clausurar cualquier negocio que lucre 

 

a través de la explotación y dé el encarcelamiento de animales que están 

 

destinados a ser libres.

La vida en cautiverio

 

Por Nuria Flores González

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